domingo, 10 de agosto de 2008

El toro Néstor, por J. Fontevecchia para Perfil


La política es impredecible. Nadie hubiera previsto hace exactamente nueve meses, el 10 de diciembre, que el hombre que se daba el lujo de pasarle la banda presidencial a su esposa despilfarraría la mayor acumulación de poder desde la llegada de la democracia en una sola apuesta. Lo que sucedió fue tan inaudito que, además de imposible de prever en su momento, continúa siendo hoy difícil de explicar.
Una metáfora taurina puede ayudarnos: sólo un toro de lidia muere en la arena de una plaza de toros, porque son sus instintos combativos los que lo impulsarán a que arremeta con más fiereza al sentir el dolor que le produce la herida del estoque del torero, quien, al ser mucho menos pesado que su contrincante, no podría lograr que su espada penetrara hasta el corazón del toro si no fuera por la propia fuerza del animal enceguecido por la ira, que continuará empujando hasta convertir
su herida en mortal.
En idéntica situación, una vaca retrocedería y huiría despavorida ante el más mínimo pinchazo. Sólo un toro con esa potencia cuenta con la energía suficiente para lanzarse contra su agresor hasta estrellarse como lo hizo Néstor Kirchner en los 120 días que duró la crisis del campo. Ni Cobos, ni la Mesa de Enlace ni De Angeli, alfeñiques en términos políticos, hubieran podido desangrar al kirchnerismo. Fue la propia furia del oficialismo la que lo precipitó a la derrota ensartándose una y otra vez en un único cuchillo.
En el libro El ataque en la política post moderna, Jaime Durán Barba sostiene que la mayoría de los políticos, cuando atacan, piensan exclusivamente en las consecuencias inmediatas, muchas veces sin tener en cuenta que los ciudadanos se mueven por sentimientos y le dan la razón –aunque no la tenga– a aquel que ven con simpatía y no a quien les cae mal, diga lo que diga. La imagen no es directamente proporcional a la justicia de sus enunciados.
Cuando un político comienza a fastidiar, la gente está predispuesta a creer que no tiene razón, la gran mayoría de las personas no puede realizar evaluaciones técnicas sobre temas complejos y sus juicios están orientados por aspectos emocionales: creerle o no creerle a un político es una cuestión de fe.
Como en el ejemplo del toro de lidia, cuando se produce la primera grieta entre un gobernante y la ciudadanía, si éste cuenta con suficientes recursos para aparecer en los medios todo el tiempo terminará agigantando sus equivocaciones de la misma forma que determinadas enfermedades se propagan más rápidamente en un organismo vigoroso. El exceso de pujanza del gobernante convertirá lo que podría haber sido un oleaje en un tsunami arrollador.
La majestad del poder, la continua adulación de su coro de incondicionales y el aplauso de quienes obtienen algún beneficio por ello aíslan a los gobernantes todopoderosos hasta alejarlos de la realidad. Esta alienación explica por qué errores que no cometería el más simple de los seres humanos no les son ajenos a los grandes hombres públicos.
En su libro Por qué hay personas inteligentes que hacen estupideces, sus autores, Mortimer Feinberg y Tarran, sostienen que quienes tienen un coeficiente intelectual superior al promedio están más expuestos que otros a cometer errores garrafales. Según el libro, tres de los cuatro pilares de la estupidez son la soberbia, la arrogancia y el narcisismo: “El orgullo tiende a la soberbia y és­ta los lanza a los confines de las fantasías peligrosas. La soberbia es la compañera oscura de la brillantez personal”.
La picardía de los dirigentes ruralistas hizo que en la última exposición de la Sociedad Rural en Palermo, el primer toro en presentarse se llamara Cleto, tercer nombre de Cobos, como una forma de agradecimiento al vicepresidente por los servicios prestados a la causa del campo. Una visión más aguda hubiera permitido bautizar al toro con el nombre de Néstor, porque nadie contribuyó más que el ex presidente en su propia derrota.

___ impecable definición, gracias Perfil !__-

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