miércoles, 20 de febrero de 2008

Tren para todos...por Pino Solanas


La sociedad argentina padece uno de los más caros e inseguros sistemas de transporte, con catastróficas consecuencias humanas y económicas. En 2007 el transporte vial le ocasionó al país la mayor cantidad de accidentes de su historia, con más de 8000 muertos y miles de heridos. No es sólo imprudencia o el alcohol: es el colapso del sistema de transporte a raíz de la drástica reducción del ferrocarril y las privatizaciones que demostraron ser incapaces de dar mejor servicio que el transporte público.

En todo el mundo se siguió desarrollando el ferrocarril porque es el más económico de todos los transportes y el único que entra a cualquier pueblo con niebla o lluvia. En nuestro país, el plan Larkin (Banco Mundial, año 1959) levantó ramales para hacer economías, pero su real objetivo fue debilitar las economías regionales y la industria nacional. De casi 50.000 km de vías y 130.000 ferroviarios que había en 1955, pasamos a 36.000 km y 95.000 trabajadores en 1989. Hoy tenemos 7000 km y 14.000 ferroviarios y no se puede circular a más de 50 km/hora. ¿Cuáles fueron los ahorros? Ninguno.

Con el gobierno Kirchner pagamos tres veces más que antes: tres millones de dólares por día y con las inversiones, once millones de pesos al año. El Estado paga todos los sueldos, compras y reparaciones y, además, subsidia con más de mil millones de pesos el gasoil de autos, colectivos y camiones, viajemos o no en ellos. Argentina paga uno de los sistemas de transporte más caros del mundo: equivale al 27 por ciento de su PBI, contra el 9 por ciento de Canadá y Australia.

Siendo un país agrario, el transporte automotor no es viable. El ferrocarril cuesta 7 u 8 veces menos: una locomotora arrastra la carga de 50 camiones; un tren mediano lleva tantos pasajeros como 19 ómnibus. Con la mitad de lo que gastarán en el “tren bala” se reconstruyen a nuevo 11.000 km de vías para los cargueros y 7000 km para los cinco grandes ramales a las provincias, más 300 locomotoras y cientos de vagones nuevos para poder circular a 120 km por hora. La reconstrucción de la industria ferroviaria pública puede crear miles de puestos de trabajo en vez de comprar trenes en desuso –caros y sin repuestos– de Portugal o España. El secretario de Transporte, Ricardo Jaime, debería explicar por qué derrocha los recursos en chatarra ferroviaria.

Frente a la crisis y la desinformación, el kirchnerismo quiere hacer votar en las sesiones extraordinarias de la Cámara de Diputados la Ley de Reordenamiento Ferroviario, sin el necesario debate y cerrando la ronda de consultas. Tras su paso por el Senado, el proyecto de ley fue vaciado de contenido: el Estado les seguirá sirviendo la mesa a los mismos concesionarios que nos comen desde Menem. Con la complicidad de funcionarios, son responsables del vaciamiento impune de los 37 talleres-fábricas con sus miles de máquinas y repuestos, más el destrozo y robo de miles de vagones y locomotoras. El valioso patrimonio fue entregado sin inventario previo a los Taselli, Cirigliano, Roggio, Romero, Techint, Urquía, Brahma, Camargo Correa. Hoy poco queda de él y ninguna denuncia penal prosperó.

La medida más salvaje de las privatizaciones fue sacarles a los pueblos los trenes interurbanos que unían las provincias. Nada golpeó más a los productores y las economías; se perdió la carga difusa y el servicio de correo. Miles de poblaciones sin pavimento hasta la ruta quedaron aisladas; 800 estaciones cerraron; sus pueblos se transformaron en fantasmas y un millón de habitantes emigró hacia las capitales.

Frente a la tragedia social, el proyecto de Cristina Fernández no es reconstruir la red que integraba al país, sino instalar el tren bala hacia Rosario y Córdoba y a Mar del Plata. Su modelo referencial es Puerto Madero, obra de la corporación creada por Menem y Grosso que se apropió de los terrenos públicos del puerto sin pagar nada. Hoy el metro cubierto se vende a u$s 4000: ¿podrán comprar los argentinos o sólo los extranjeros?

El tren bala es antidemocrático y antinacional: su boleto será caro, aumentará la dependencia tecnológica y la deuda externa. El imperativo es restituirle al pueblo su derecho al transporte: volver al tren para todos, un servicio interurbano seguro y confortable, y revisar el modelo actual para reducir las víctimas y costos de la guerra del automotor. El tren debe volver a ser una cultura de la comunicación que integre a la Nación.

* Integrante de Proyecto Sur.

Nota extraída del diario Página 12, del día de hoy.

lunes, 11 de febrero de 2008

Los trenes bala: Carta abierta a la Presidenta CFK



Por Mempo Giardinelli

Señora Presidenta: En mi carácter de intelectual argentino que vive en el interior del país, me dirijo a usted como uno más entre millones de argentinos que la votamos en octubre pasado, pero también porque fui de los primeros en poner en duda, públicamente, la construcción del llamado Tren Bala. Lo hice desde el inicio de los anuncios, en mayo de 2007, en la revista Debate y en los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Norte (Resistencia). De hecho fui uno de los primeros periodistas que subrayaron la grosera contradicción que es semejante obra en un país ferroviariamente devastado como el nuestro. Por eso me sentí aludido en su duro discurso y me permito replicar con todo respeto sus afirmaciones.

Mi argumentación fue –y la reitero– que más allá de que los trenes bala (el Intercity alemán, el TGV francés o el AVE español) requieren un contexto tecnológico y sociocultural que nosotros no tenemos, en un país en el que los ferrocarriles fueron destruidos de manera vil, y donde el sistema de transporte está colapsado, no tiene sentido ejecutar obras que beneficiarán a pocos pasajeros, los más ricos de las tres más grandes ciudades argentinas. En los AVE españoles, por ejemplo, la capacidad máxima es de 329 pasajeros (38 en Primera, 78 en Preferente y 213 en Turista) y el costo del boleto Madrid-Sevilla, por ejemplo, es de entre 115 y 174 euros. Calculando un promedio de 130 euros para esa distancia (538 kilómetros), implica un costo de 24 centavos de euro por kilómetro. Si lo pasamos a $4,50 por euro, un viaje a Rosario (300 kms) costará $324. Y a Mar del Plata (400 kms) $432.

Esos precios sólo podrá pagarlos una elite. Y si acaso llegaran a ser más bajos será mediante subsidios, con lo que todos los argentinos terminaremos pagando los viajes de esa pequeña clase privilegiada.

Por eso en mis primeras críticas a estos trenes escribí que el anuncio original de que el tren bala Retiro-Rosario costaría 1320 millones de dólares (unos 4000 millones de pesos) conducía insoslayablemente a pensar que semejante masa de dinero podría invertirse –con muchísimas ventajas– en la rehabilitación de ramales que refuncionalizarían nuestro degradado sistema con vías renovadas y trenes comunes mejorados, tanto para el transporte de mercancías como de personas.

¿No sería más sensato contar con trenes de velocidad moderada como el Talgo, que corre a 120 kilómetros por hora y bien podría llegar a Bahía Blanca, Salta, Bariloche, Mendoza o Posadas, y unir al país transversalmente de manera que un misionero que va a Jujuy o Neuquén no tenga que pasar por Buenos Aires, por caso? Esto alentaría, además, una fenomenal recuperación económica en varias provincias.

No soy especialista en trenes, pero algo sé de sentido común y puedo entrever varios problemas colaterales: un tren bala exige una infraestructura de vías especial (el ancho de vías de los europeos es de 1,668 metros); electrificación integral (el AVE utiliza corriente alterna a 25.000 Volts y 50 Hz); protección exterior de las vías con muros o vidrios blindados a ambos lados; señalamiento y comunicaciones sofisticadas con las formaciones en marcha; estaciones intermedias hoy inexistentes; enormes costos de mantenimiento y varios etcéteras.

Ahora mismo, usted anunció el tren bala Buenos Aires-Mar del Plata, a un costo de 600 millones de dólares para que viajen 300 personas en poco más de dos horas, a 250 kilómetros por hora. Yo me pregunto: ¿no sería más razonable y barato estimular la aeronavegación, hoy en tal estado terminal que apenas hay uno o dos vuelos diarios a Mar del Plata, cuando hace años había decenas?

Respetuosamente, Señora, pienso que está mal asesorada. Y es que en su Secretaría de Transporte sigue como titular el señor Ricardo Jaime, que en mi opinión y la de millones de argentinos (estoy convencido de ello, porque los veo padecer) es el más inepto funcionario de la gestión de su marido y de la suya. A la vista está su obra: el colapso ya inaguantable de la aviación comercial; los absurdos subsidios a los pésimos servicios ferroviarios y el deficiente sistema vial que hace que este país todavía no tenga autopistas transversales.

Tanto o más que la crisis energética, hoy el transporte es el mayor freno al desarrollo de la Argentina. Es imposible una política seria de industrialización, pleno empleo e inclusión social en un país desconectado como el nuestro. Es imposible combatir la pobreza y la indigencia que persisten, cuando provincias enteras han sido y son privadas de ferrocarriles y líneas aéreas, y sus caminos son deplorables.

La aeronavegación comercial en Brasil, México, Colombia o Venezuela está a cargo de docenas de aerolíneas que cubren extensos territorios. En cambio nosotros tenemos provincias que tuvieron seis o siete vuelos diarios y ahora sólo uno, o ninguno. Y no basta la condena a Aerolíneas Argentinas, que al fin y al cabo es una empresa privada, extranjera, que bien o mal ha invertido aquí y quiere ganar dinero, lo cual está perfecto. El problema no es esa compañía, sino el descontrol de una gestión oficial ineficiente y dañina.

Entonces, ¿no tenemos el derecho –y como intelectuales, la obligación–- de preocuparnos ante la posibilidad de que los trenes bala sean igualmente descontrolados, además de caros? ¿Es desmesurado pensar en todo lo bueno que se podría hacer en materia ferroviaria con los miles de millones de dólares que costarán los bala? Decir todo esto no es tratar “los temas con ligereza”, Señora, ni es resistencia a los cambios. Sé que usted me lee, y entonces sabe que no formo en las filas, precisamente, de lo que usted bien llamó “el pensamiento conservador”. Y si cabe una confesión cívica, yo la voté a usted porque desde 2003 nos gobierna una administración por lo menos contradictoria, y no, como fueron hasta entonces, gobiernos monocolores en su inoperancia, cretinismo, corrupción o todo eso junto.

Muchos la votamos esperando que usted continúe lo mejor de la gestión de su marido (Educación, Cultura, Defensa, Derechos Humanos, Cancillería, Corte Suprema de Justicia) y que ratifique –como ha hecho– el avance de los juicios a los genocidas. Pero también la votamos con la esperanza de que su gobierno termine con la corrupción; los organismos de control que controlan mal o nada; el clientelismo y la política como negocio y mil asuntos más, como la discriminación gremial a la CTA.

Es perfectamente posible, bueno y cívico hacer esta distinción, y no, como hace la miope oposición que hoy tenemos, ver todo en blanco y negro, o peor, sólo lo negro (aunque desde luego existe y mucho).

Para terminar, con absoluta honestidad y sin ironía alguna, le confieso que no sé si esto que escribo tiene el rigor intelectual que usted demanda, pero sí le aseguro –con el mayor de los respetos– que usted en este asunto está equivocada. Y es mi opinión que la están asesorando mal quienes acaso tienen, como sospechan muchos argentinos, intereses poco transparentes.

Acepte, por favor, mi saludo más respetuoso.

Extraído del diario Página 12. edición domingo 10/01/08

Funcionarios eran los de antes


En momentos en que funcionarios del gobierno dejan tanto que desear acerca de su honestidad, cabria recordar a algunos de los hombres que actuaban de otra forma al ocupar cargos públicos. Don José “Pepe” Posse peleó contra la tiranía de Juan Manuel de Rosas, eso le valió el destierro en Chile y allí nació su amistad con Domingo F. Sarmiento. Fue gobernador progresista de Tucumán en 1864, ministro de Gobierno, camarista y juez en varias oportunidades, diputado nacional, senador suplente por la capital, fiscal de Estado, constituyente del ´60, periodista y gran educador. Seguramente cometió errores, pero Don “Pepe” carecía de fortuna y en su vejez poseía una modesta jubilación. En 1897, la Legislatura votó una pensión especial a su favor por los servicios prestados. Don Pepe agradeció el proyecto, pero manifestó: “no acepto ninguna pensión por servicios que ya pasaron y que en su tiempo y ocasión fueron remunerados según su mérito. Hay, por otro lado, deberes cívicos que se cumplen sin recompensa”. Añadió: “no tengo necesidades extremas que no pueda llevar con mis humildes recursos, y no quiero recargar el Tesoro de la Provincia, demasiado cargado de deberes y obligaciones que habrá que cumplir, con un solo centavo a mi favor...” (Textos sacados de un artículo del diario la Gaceta de Tucumán hace algunos años) Ese hombre íntegro merece ser recordado y ojalá tuviéramos que recordar a más funcionarios como él. Señores presidentes, gobernadores, legisladores, jueces, ministros y demás yerbas, aprendan de algunos de los que les precedieron y sean honestos, que aquellos que les pagamos sus sueldos queremos saber que son merecedores de la gran responsabilidad que tienen, y si no es así, caiga el peso de la ley sobre el que no la cumpla.