martes, 26 de agosto de 2008

Anunciar no es ejecutar. por Pepe Eliashev




Son dos verbos diferentes que se aplican a situaciones igualmente diferentes y que, sin embargo, en la política argentina -sobre todo en la práctica y en la teoría del gobierno- han terminado por convertirse en la misma cosa.

Anunciar una obra no es lo mismo que inaugurarla. Para inaugurar una obra es menester que, efectivamente, tal obra esté en condiciones de funcionar. No la mitad, ni la tercera parte, ni las tres cuartas partes, sino, la totalidad.

Mucho más grave es cuando el gobierno hace uso y abuso, ya no en campaña electoral sino en la cotidiana gestión de gobierno, de la confusión de anunciar e inaugurar.

Siguiendo de manera absolutamente exacta los pasos de su antecesor, la presidenta Cristina Kirchner sigue viajando a las provincias argentinas manejando cada uno de sus desplazamientos en función de las necesidades políticas del Gobierno y, en muchos casos, consagrando cada una de esas visitas a una inauguración simbólica o a un anuncio que suele no ser concretado en la práctica.

En las últimas semanas los medios de comunicación se han hecho eco de una cantidad notable de anuncios que no han tenido ninguna vía práctica de concreción. En otras palabras, no se plasma en la realidad efectiva de los ciudadanos los anuncios que se hacen, normalmente junto a intendentes que se callan la boca, o gobernadores que hacen otro tanto, para cederle la palabra a una presidenta que va y vuelve a los puntos mas lejanos del país en el mismo día, a menudo quedándose en el lugar exactamente el tiempo que le demanda hacer el anuncio.

Durante la campaña de 2007, y esto es fácilmente acreditable leyendo los medios de la época, el oficialismo insistió en que la etapa que venía tras la recuperación del país, entre 2003 y 2007, habría de significar un sustancial incremento de la calidad institucional de la obra de gobierno. Esta frase, un poco pedante y si se quiere pesada, significa exactamente manejar la cosa pública en función de la ley y, sobretodo, con profundo respeto a la sociedad, con profundo respeto al pueblo, porque si algo expresa la confusión entre anuncios y obras, en una palabra, es pretender que el anuncio equivale a la obra, es un supremo desdén por el pueblo, una suprema subestimación de la capacidad intelectiva de la sociedad para darse cuenta de que el discurso de la presidenta, o del presidente hasta hace pocos meses, no necesariamente implicaba que la obra se llevaría a cabo.

¿Por qué no modificar de una manera copernicana, radical este criterio haciendo la obra y luego anunciándola cuando se inaugure? El Gobierno trabaja, precisamente, en la sensación térmica de la movilidad: “Estamos haciendo cosas, anunciamos una ruta, anunciamos un sistema cloacal, anunciamos un plan de viviendas, anunciamos algún tipo de inversión hidroeléctrica o vinculada con los hidrocarburos”. Y en todos los casos la sensación es que la gente se va a olvidar, el pueblo no va a hacer conexión entre el anuncio y la obra realmente concretada.

Y esto revela, se repite, una subestimación muy profunda y muy alarmante de la capacidad de la gente para comprender lo que sucede en sus propias narices.

Si se trata, efectivamente, de elevar la calidad institucional, en torno de cómo se gobierna la Argentina, lo primero que debería hacer la presidenta Kirchner -una mujer inteligente y sobretodo astuta- es darse cuenta de que la gente se da cuenta. Y sí la gente establece que los anuncios no necesariamente significan obras, los resultados políticos son previsibles.

Está todavía a tiempo, aun cuando uno no tenga demasiado derecho a ser optimista. A tiempo de darse cuenta de que es preferible que pasen meses sin hacer anuncios, a hacerlos y que no se concreten. Y lo que es preferible, tras esos meses sin anuncios, cuando los anuncios se hagan respondan a la realidad y no sean una mentira política.

___excelente la nota de Eliashev en Perfil__ gracias !

leamos algunos comentarios:

*** Julio E. Caro nos dice:
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Complejo mundo este que nos toca vivir. Pero así y todo me gusta este tiempo y no haber nacido en la edad media. Aunque pensándolo bien siempre hay similitudes. Por ejemplo, cómo el poderoso trata de embrutecer al pueblo.
Para aquellos que critican a “los medios” o a “los periodistas”, es verdad, son criticables. Pero eso no hace mejor al gobierno.
Veamos: El periodista siempre tomará partido por alguna tendencia, por alguna idea y lamentablemente a veces también tomará partido por un interés personal y económico. Eso está previsto. Hasta podríamos decir forma parte de la naturaleza y esencia del comunicador.
Pero el gobernante tiene un único y primer deber: tomar partido por su pueblo al que le debe fidelidad. El pueblo vota a su representante confiando en un programa de acción, en una estrategia y el dirigente tiene sobre sus hombros una obligación de medios: Está obligado al menos de tratar de cumplir. De lo contrario se somete al juicio de Dios y de la Patria (que ingenuo que suena esto!)
El método del anuncio sistemático, espectacular y narcotizante viene siendo usado con mayor o menor intensidad desde el año 1983. Es que los gobiernos que se sustentan en los votos necesitan congraciarse con la gente y a falta de obras en serio hechan mano a la escenografía. Eso y no otra cosa fueron algunas escuelas de las que Duhalde construyó con el dinero del fondo de reparación histórica del conurbano. Escuelas de cartón que duraron un suspiro. Si hasta dá ganas de decir que gasten menos y directamente levanten solo la fachada de utilería para la foto!
Pero vamos! Por lo menos Marcelo T. de Alvear de quien Felix Luna dijo que tenía debilidad por la inauguración de obras, inauguraba obras en serio.
No nos engañemos. Tendremos periodistas parciales o interesados, hasta los tenemos comprados o vendidos, pero siempre podremos escuchar o consultar a otro, o a ninguno pero el gobierno no tiene disculpa.
Habrá que recordarle a esta casta que se atribuye la pertenencia a la Juventud Peronista (eso es lo que cantaba rabiosamente el Secretario Moreno en los días de la pelea con el campo), que tal vez haya llegado la hora del hacer, que siempre es mejor que decir, tal como lo enseñaba Perón en uno de sus axiomas más recordados.
Presidenta: a las cosas!

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