domingo, 8 de junio de 2008

Kirchner, el único hombre que sabe. por S. Kovadlof para La Nación.


Reproducimos en forma total el artículo de Santiago Kovadlof de La Nación de hoy.
___------- muchas gracias ! ----________

Si nos atenemos a la convicción de los creyentes, la verdad teológica no proviene de la historia sino de la eternidad. En la historia, ella sólo irrumpe y lo hace para desplegar, entre nosotros, su mensaje trascendente.

La verdad política, en cambio, se postula como un producto secular. Es obra social, invención de la cultura, propuesta a todas luces inmanente.

La verdad teológica se vale del tiempo para dar curso a su mensaje pero no admite que de él provenga su valor. A su turno, la verdad política ratifica una y otra vez su raigambre histórica y afirma no ser sino fruto del tiempo. Al tiempo debe su vigencia y de él deriva, fatalmente, su descalificación.

Pero hay aún una tercera posibilidad: consiste en proponer la verdad política como si fuera manifestación de una certeza invulnerable al paso del tiempo e impermeable a toda crítica. Más que de su fortaleza lógica, esa verdad extrae su consistencia de la personalidad dominante y dogmática de quien la hace suya. Es el rasgo distintivo del pensamiento autoritario; un pensamiento que no disimula sus aspiraciones perversamente teológicas. Hoy, al igual que ayer, vemos prosperar esta distorsión de la verdad política en numerosos escenarios del planeta. La Argentina es uno de ellos. Aquí, un gobierno constitucional permite que la ley, en su más alta acepción, sea manipulada para que su contenido convalide un proyecto de poder autoritario.

¡Sorprendentes vaivenes de la historia! El hombre que, en los últimos años, más empeño puso en restaurar el protagonismo de la investidura presidencial es el mismo que hoy se lo arrebata. Una vez más, las investiduras fundamentales de la Nación vuelven a ser pretextuales. Cuando no expresan franca debilidad ante quienes las vulneran, expresan aquiescencia ante quienes las debilitan.

¿Qué simboliza Néstor Kirchner? ¿Qué implica como expresión estelar de la cultura del poder en nuestro país? Ante todo, diría yo, la destitución de la palabra como herramienta de diálogo. Nada cabe intercambiar, sólo corresponde obedecer. El vocero de esa palabra excluyente es el hombre que sabe. Porque hay un hombre que sabe. El es el único que sabe. Los demás deben hacerse eco de ese saber. Quien así no proceda, quien pretenda discutir, o propenda a vulnerar el monopolio del sentido ejercido por el Unico; quien recuerde, en suma, que la democracia debe ser una práctica equitativa en todo, ese no será más que un golpista. Al proponerse profanar el unicato, la disidencia, por moderada que sea, delata su condición delictiva.

Hay una segunda característica del Unico. Ella lo define como un auténtico inductor. Ha logrado persuadir a buena parte de la sociedad argentina de que el país sólo tiene porvenir si su liderazgo político lo ejerce una personalidad dominante. Es decir: la fortaleza que el sistema no tiene, debe tenerla quien lo administre. Nada más propicio que un hombre fuerte para operar con las flaquezas de una democracia enclenque.

¿Es esto lo que cabe entender por política? Seguramente lo es allí donde el desafío democrático no importa. Y donde poco y nada importa ese desafío, el ejercicio de la política se abastarda y agota en el arte menor de subsistir aferrado al timón del poder. En democracia los políticos dialogan, debaten, discrepan, coinciden. La palabra conforma la senda real por donde se cursan, sin excepción, aproximaciones y distanciamientos, acuerdos y desacuerdos. Kirchner jamás procede así. Kirchner no hace política. Kirchner hace negocios. Lo suyo es la rentabilidad: compra, vende, alquila voluntades. La rentabilidad que busca exige la manipulación del otro. Absorber a ese otro. De lo contrario, habrá que destruirlo. De modo que su verdad no es política, es ontológica. Se trata de ser o no ser. Y, en su caso, ser implica serlo todo. El resto, si no es silencio, tendrá que aprender a serlo.

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