domingo, 8 de junio de 2008

Cabecitas y paisanos . por A. Leuco para Perfil


Brillante comentario de Alfredo Leuco en Perfil de hoy, y caricatura de Sabat para Clarín.____Gracias !____

¿Es una herejía comparar el 17 de octubre de 1945 con el 25 de mayo de 2008? ¿Quiénes son los gorilas de hoy? ¿Cuál es el contenido ideológico de la rebelión de los pueblos del interior? ¿Es factible aproximarse al verdadero peso específico dentro de la historia argentina del Grito de Rosario y su referencia con el fundacional Grito de Alcorta? El reciente nacimiento del fenómeno y su complejidad debe espantar todo tipo de dogmatismo y preconceptos. Es muy fácil equivocarse si sólo se persigue poner las etiquetas de las viejas categorías políticas que tranquilizan al poder frente a la inestabilidad emocional que les produce la no comprensión de algo tan masivo. Caracterizar esta revolución de tierra adentro como una expresión de la oligarquía golpista es –por lo menos– una bruta caricatura que refleja la pereza intelectual de Néstor Kirchner, que ayer en Chubut llevó su provocación permanente a límites inimaginables. Cuesta creer esa perversión de apostar a la tierra arrasada si no se sale con la suya.
Se puede mirar el 17 de octubre como el parto de un nuevo actor social: la clase trabajadora. O como el surgimiento del peronismo. La Plaza de Mayo fue el escenario donde se subieron de prepo y por primera vez los obreros que hasta ese momento eran ignorados por la cultura dominante. El 25 de mayo también iluminó un desconocido sujeto social con preponderancia de clase media rural que tal vez –o seguro– evolucione hacia algún formato partidario. El Monumento a la Bandera se hizo emblema geográfico del que se apoderó un segmento de la comunidad que era invisible en toda su magnitud y poderío aun para sus propios protagonistas.
En aquella época, pocos registraban a los cabecitas negras de los frigoríficos. Berisso y Ensenada quedaban más lejos que ahora de los centros del poder y esos nombres sonaban tan extraños y desconocidos como ahora suenan J. B. Molina, Ucacha, Chabás, María Grande o Ataliva Roca. Son parte de una Argentina oculta, callada y latente. Son “esos pueblos de gesto antiguo con gente que da la mano y saluda al sol”, como dijo Hamlet Lima Quintana. No quiero exagerar diciendo que son “el subsuelo sublevado de la patria”, pero creo que desde el campo traen algunos valores que la conciencia colectiva no atribuye a los políticos en general. Hablan poco y hacen mucho. Dan la palabra y la cumplen. Se conocen todos como en cualquier infierno grande. No llevan su dinero al exterior. Si pueden, bicicletean el empleo en blanco y venden en negro, igual que tantos comerciantes. Son austeros y sienten orgullo porque saben que pueden producir alimentos para todos los argentinos y para todo lo que el planeta quiera comprar. Y al igual que los obreros peronistas, son la expresión de una profunda transformación económica y no un invento de los medios como muchos frívolos creen. Hasta el economista más kirchnerista reconoce que la actividad agropecuaria es la más competitiva. Y que en varios productos y maquinarias es envidiada e imitada hasta en el país más desarrollado. Dice Enrique Zuleta Puceiro que los tres elementos más valorados son su capacidad de innovar en tecnología, su apertura al mundo y la velocidad para renovar sus referentes. Dice Sergio Berenstein que se trata de una aparición “refrescante porque vienen de la periferia hacia el centro, de abajo hacia arriba y con una extensión territorial muy grande”.
Hermes Binner, que conoce de cerca lo que ocurre, instaló el concepto de “ruralidad”, que tiene una densidad cultural mucho más amplia que lo mero agrícola o ganadero, y que atraviesa horizontalmente varias provincias donde interactúan desde campesinos que trabajan la tierra que alquilan hasta poderosos empresarios, pasando por especialistas en biotecnología. El éxito o el fracaso de este sector impacta fuertemente en el destino de gran parte del interior profundo. Por eso, tantos intendentes y ex y actuales gobernadores kirchneristas rechazaron ese brulote del PJK cuyo autor intelectual fue Néstor Kirchner. La mayoría de los que protestan votaron a Cristina y muchos de sus líderes reconocen militancia o simpatía en el peronismo de ahora y en el radicalismo de antes. Se sienten nacionales y populares. Muchos de sus valores son conservadores y apenas si toleran la política partidaria.
Tienen hijos estudiando agronomía y GPS en los tractores de última generación. Hace un tiempo que vienen avisando que existen desde algunos hábitos: la estética de campo sofisticada en la ropa por Cardón; el resurgimiento de las peñas folclóricas en las ciudades; Soledad Pastorutti, de las multitudes y de Arequito, la capital de la soja; el Chaqueño Palavecino y los periodistas especializados en el campo, y las revistas temáticas; las exposiciones rurales y de cosechadoras increíbles. Es el país del interior que se puso de pie y dijo basta a tanto ninguneo y maltrato. Hay algunos reaccionarios que defienden la dictadura como en cualquier grupo social, pero la inmensa mayoría tiene incorporado para siempre el sistema democrático y lo sostienen. Eso sí: se toman las ofensas a pecho. Les duele de verdad, y por muchos años, cuando alguien los ofende llamándolos avaros, extorsionadores o gorilas. No son como los políticos que toman esas agresiones como reglas del juego de campaña y después se anotan en la misma lista de candidatos. Descubrieron que de las fortunas que producen no queda casi nada en sus pueblos, porque la coparticipación y el federalismo fueron sepultados por los métodos de conducción de los Kirchner, que necesitan manejar una caja portentosa para premiar y castigar a voluntad.
Conclusión no definitiva: la simplificación del consignismo llevó a Néstor Kirchner a combatir a muerte a un enigma que aún no pudo descifrar.

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